JUAN CRUZ. CRÍTICO LITERARIO Y EDITOR DE CULTURAS DE "EL PAÍS"

viernes, 7 de mayo de 2010

 




“VLI es de una lealtad suicida”

Juan Cruz, crítico literario y editor de culturas de El País. En Egos revueltos, premio Comillas de Tusquets, habla también de Bryce, Pérez Reverte y otros.


Carlos Dávalos. Madrid

El cineasta sueco Ingmar Bergman le había dicho que podía ser actor y lo primero que había que comprobar era que, efectivamente, Juan Cruz (Tenerife, 1948) tiene un arco azulado alrededor de sus pupilas que les dan un extraño brillo a sus ojos oscuros. En Egos revueltos (Tusquets, 2010), su último libro, el autor cuenta que una tarde en Isla Negra, Chile, estaban en una mesa almorzando la escritora chilena Marcela Serrano y el autor español Arturo Pérez Reverte junto a un grupo de editores en un restaurante local. La autora de Nosotras que nos queremos tanto le había preguntado en voz baja al camarero si tenía limones.


Al ver la negativa del mozo, la autora exclamó dirigiéndose a su editor chileno que estaba al otro lado de la mesa: “¡Carlos, no hay limones!”. El editor en cuestión no supo qué decir, mientras que Pérez Reverte soltó una carcajada que no pudo contener. “Los escritores desayunan egos revueltos”, fue lo que dijo otro de los editores y esta vez todos volvieron a reírse. Ese otro editor era Juan Cruz, actual director adjunto de El País, que encontró en esa anécdota el título del libro que ha sido galardonado con el XXII Premio Comillas de historia, biografía y memorias que concede la editorial Tusquets. Desde pequeño, a Juan Cruz lo ha aquejado un asma que lo mantuvo alejado del resto de los niños de su edad y él cree que eso fue fundamental para acercarse a los libros y entender a los escritores.














Asma y melancolía

“El asma ha conducido mi manera de ser. Los asmáticos tendemos a ser melancólicos, inseguros, gente que confirma con otros la relación que tiene”, dice el autor que una vez le pidió a García Márquez una entrevista. “Gabo, no quiero morirme sin hacerte otra entrevista”, le dijo. “Pues no te mueras” le contestó el autor de Cien años de soledad. “Los escritores son como los ingenieros aeronáuticos, ¿conoces a alguno que no quiera ver volar su avión? Un escritor escribe un poema y quiere verlo publicado”, dice Cruz, que en sus memorias relata un vuelo en el que Camilo Cela y Vargas Llosa iban juntos. Cela iba leyendo un libro con la tapa cubierta y cuando se fue al baño “Mario abrió de inmediato el libro por la página de los créditos para saber qué leía. Lo que Cela iba leyendo era Del Miño al Bidasoa de Camilo José Cela”.



Onetti y Cabrera Infante.

En contraparte, quien más descreído parecía de la fama era Juan Carlos Onetti, “pero solo lo parecía porque ahí estaba él llamando y preguntando a la editorial para saber cuánta publicidad le habían hecho a sus libros”. Cabrera Infante es el autor que quizás más aparece: “Este libro tiene una clave y es que está para contar cómo aprendí a mirar a la gente, a escuchar a la gente, y la mirada que más me impresionó fue la de Cabrera Infante, y la de Benedetti”. Cuenta cómo a principios de los años setenta llamó por teléfono al autor de Tres tristes tigres para hacerle una entrevista y Miriam Gómez, su mujer, le dijo que no podía ponerse porque sufría un ‘nervous breakdown’. “No habla. Si viene usted, no le va a decir nada”. Cruz confiesa la enorme fascinación que siempre ha tenido por las personas que parecen perdedoras como Bryce Echenique “que no es perdedor, pero que tiene ese aire un poco melancólico, decaído y eso siempre me atrajo de él. Siempre sentí ante él la necesidad de ampararlo y ofrecerle mi ayuda”. Apelando al recuerdo de una manera aleatoria, el libro va saltando de autor en autor, de ciudad en ciudad sin un orden preestablecido, más que el de la propia memoria. De Donoso dice que era el autor con el ego más literario y refinado de todos, y cuando se refiere a Vargas Llosa dice: “Si yo fuera cruzado haría una cruzada contra los tópicos que hay contra Vargas Llosa. Hay muchísimos, que es arrogante, que es engreído. Es un tipo de una generosidad muy grande. Él es de una lealtad con la gente hasta suicida”.


El autor también habla de los escritores a los que le hubiera gustado editar: “Si hay un escritor aparte de Albert Camus que me hubiera gustado conocer, ese es Scott Fitzgerald, por su manera de vestir, por su manera de mirar, por esa tristeza sin horizonte que tenía”.

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