"LOS OFICIOS DEL COLIBRÍ HOLGAZÁN" / Los nuevos horrores: perturbaciones y escalofrío en el microrrelato de hoy Una lectura de 1 byte de horror, antología de minificción digital

lunes, 2 de noviembre de 2020

 



Los nuevos horrores:
perturbaciones y escalofrío en el 
microrrelato de hoy
Una lectura de 1 byte de horror, antología de minificción digital


darwin bedoya

1.
Una gran parte del arte contemporáneo más original y, en particular de la literatura de ruptura de los siglos anteriores —con mayor notoriedad en el siglo XX—, se ha concebido bajo ciertas coyunturas: guerras, persecuciones, exaltaciones, intransigencias, crisis económicas, pandemias, etc. En la actualidad los cambios sociales, políticos y, ahora, los tecnológicos, con la reciente llegada de la sociedad digital caracterizada por la globalización, el marcado y reiterado dominio de lo audiovisual, el protagonismo de Internet como nexo permanente y protagónico que, hasta cierto punto, puede marcar la estabilidad, direccionamiento y la actitud de los creadores ante el mundo, especialmente si revisamos el flujo continuo y a menudo desmesurado de información digital que muestra sus lados positivos y negativos. Esos precedentes y ciclos han dado cabida a las pulsiones, diálogos y expansiones comunicativas en el mundo virtual, propiciando de ese modo un panorama  donde vuelve a tener un nuevo apogeo el género de la minificción.

2.
En el horizonte de microrrelatos hispanos de horror más enigmáticos debe ser «Día de difuntos» —que apertura Ajuar funerario de Fernando Iwasaki—, uno de los más inquietantes y clásicos de la minificción, no solo por su brevedad, sino también por la conjugación de los elementos perturbadores que posee para generar lo pavoroso y sorprendente: el título (polisignificante/contextualizador), el niño (personaje recurrente), el tanatorio (escenario fatal), la muerte (acabamiento/final) y, el doppelgänger (doble fantasmagórico); la suma de estos componentes funciona como generador del desasosiego y de lo siniestro en el microrrelato haciendo que el horror logre su objetivo: la perturbación de la calma.

3.
Quarks Ediciones Digitales ha publicado el volumen número 10 de la colección Máximo minúsculo: 1 byte de horror, antología de minificción digital (52pp. Lima, 2020), el texto reúne veintisiete microrrelatos que vienen a confirmar no solo la constancia y auge de este género, pues añade también la solidez de la que goza actualmente. Los escritores Paulina Bermúdez Valdebenito (Chile, 1983) y Rony Vásquez Guevara (Perú, 1987) —como mencionan en el prólogo—, presentan esta antología luego de haber realizado una convocatoria virtual a una comunidad de escritores del género breve.

4.
El crítico y ensayista Francisco Hinojosa, en su Decálogo para antologadores, en el  parágrafo octavo, anota: «Para antologar es necesario prescindir de todas las antologías que se le semejen. Es un requisito creer que la novedad reside en la selección, que tu antología es también una creación». Parece ser que bajo esas directrices se ha concebido 1 byte de horror, antología de minificción digital ya que de las muchas antologías de microficción, desde la ya consagrada La mano de la hormiga (1990) preparada por Antonio Fernández Ferrer hasta Los pescadores de perlas (2019) publicada por Editorial Montesinos y preparada por  Ginés S. Cutillas, tenemos una lista larga con casi un centenar de antologías de microrrelato en español que difunden, principalmente, nuevos mecanismos de expresión del microrrelato y, también, las nuevas voces de los microrrelatistas de hoy. Cada antología aparece con sus propias novedades, con sus criterios y con sus rasgos propios de creación, con sus aciertos y errores. En todo caso, este ejercicio supone que los conjuntos antológicos son una muestra de la producción literaria de un periodo determinado o de una especie de generación de escritores.

6.
1 byte de horror, antología de minificción digital intenta abarcar la evolución de este género. El tema del horror es un asunto recurrente en la minificción, especialmente en los microrrelatos, casi del mismo modo en que opera el eje de lo fantástico. El terror y el horror, siendo distintos, son tan antiguos como el ser humano, sin embargo, ambos coinciden en algo amenazante e impuro que propone una fusión de emociones de miedo y angustia, la intrusión de algo no natural dentro del mundo normal. El terror mantiene a los personajes y al lector en un ansioso suspense sobre las amenazas de la vida y la seguridad. Mientras que el horror enfrenta a los personajes principales con la violencia física o psicológica, explícitamente devastadora de las normas asumidas y las represiones de la vida real. Es en el horror donde se realizará con mayor nitidez el rol de identificación entre lector, narrador y personajes. El horror no se aprehende con facilidad, por ello es que va estableciendo sus dinámicas discursivas y sus propiedades estructurales de acuerdo a lo que el microrrelato puede permitir en su extensión. El sobresalto que concibe funciona en todos los niveles de construcción del texto como tema, es decir, como signo de representación que lo limita y estandariza, lo cual permite que sea objeto de discurso literario. Ya lo anotaba Foucault en su libro El orden del discurso, donde subrayaba que este tipo de expresiones —las antológicas— procuran dar coherencia a un discurso determinado, sustentar su veracidad y, de alguna manera, asignarle un rol importante al antólogo en armonía con los textos seleccionados. Es bien sabido que las antologías obedecen a la revisión de las fluctuaciones del gusto literario, constituyen el síntoma de las tendencias latentes o declaradas y permiten esclarecer el itinerario de la sensibilidad literaria de cada época.

7.
Un signo de dramatismo y disolución del sentido atraviesa esta antología, un punto de inicio ocurre en el lugar donde el microrrelato no puede explicarse, pero atrae, oscuramente, toda mirada de atención. Se debe hacer una lectura muy particular de esta colección. En sus páginas se guarda una inquietud tan contemporánea que genera ese no saber adónde ir, qué hacer o qué hacer o decir con el escalofrío anidándonos en los pliegues del alma. Los textos de esta antología presentan un amplio abanico de procedimientos y técnicas o intervenciones comunes y típicas del microrrelato. Teniendo en cuenta sus argumentos y operaciones, presenta coherencia debido a la modalidad temática que organiza el monográfico, dándole protagonismo a lo absurdo, lo onírico, lo monstruoso y, en menor medida, lo infausto. La mayoría de estos microrrelatos aprietan la existencia y la moderación. «Reencarnación» de Maritza Iriarte juega más con esa idea. «Apariciones» de José Juan Aboytia se conecta también con ese miedo, al mismo tiempo, toma como personaje protagónico a un niño para alcanzar el suspenso y el efecto del miedo. En esa línea también están «La caída» de Angélica Villalba que permite revisitar lo trágico y lo abisal que puede ser la vida, sobre todo, la de los niños. Jimmy Árias hace lo propio en «La tía Anaïs», un cuadro escrito con una escena sobrenatural que incluye niños y un personaje mítico de los miedos infantiles: la bruja. En «Regalo de cumpleaños», Alberto Sánchez Argüello acude a la memoria para anotar una escena de la infancia donde retrata el juego del tiempo y los mundos paralelos vinculando ese texto con claras referencias a «El pozo» de Luis Mateo Díez, y nos regala este escalofriante texto que conecta también el espacio familiar con lo fantástico.  Luego están los microrrelatos de Paulina Bermúdez, Zulma Fraga, Mariana Fuentes, Patricia Nasello, Arnaldo Jiménez, Katalina Ramírez, Julián Pénagos-Carreño, Débora Benacot y Karla Barajas que, al modo de Iwasaki en Ajuar Funerario, emplean como personaje al niño, por su inocencia y el pánico que pueden concebir frente a las perturbaciones insólitas. Caro Fernández juega con el tema de las pesadillas y la muerte en «No podrá con nosotros», nos presenta un texto que bordea la ilusión y la noción del tiempo y lo espeluznante que puede ser el miedo. Transcurre en esa línea «El pacto» de Patricia Dagatti con ese monstruo y su traslación en una alegoría de lo fantástico y lo horrendo.
 
8.
En este conjunto antológico, como en cualquier antología, se da una heterogeneidad formal de exploraciones al horror, pues resulta complicado que todos los textos sean de igual conectividad y bondad, hay algunos que muestran cierta sutil muestra de ironía como el caso de «La niña y sus muñecas» de Arnaldo Jiménez, otros como «La misión» de Sara Coca y «No podrá con nosotros» de Caro Fernández que se regodean con el goce estético. Tenemos también títulos como «Salida» de Fernando de Gregorio que se detienen en lo fantasmagórico, casi en la misma línea que «¿Quién es?» de Jonathan Alexander España Eraso. También están los de rasgos intertextuales como «Troya para siempre» y «Aunque sea lo último que haga» de Patricia Nasello y de Débora Benacot, respectivamente. Pero, eso sí, todos estos microrrelatos tienen la esencia de los finales sorpresivos y la capacidad de transportar al lector a esos estados emocionales que colindan con la existencia. En otro segmento podrían estar el doppelgänger de Sara Coca y el texto «La misión» que apertura el libro mostrándonos un signo de lobreguez y transfiguración, también asoma en esa línea «Evolución» de Felipe de la Jara. El texto «A mi lado» de Freddy Ramírez que provoca la frigidez de un extrañamiento frente a la realidad y la muerte, es un recorrido por los bordes de lo horrendo y lo que genera: la soledad frente al silencio. Lo mismo ocurre con «Todo está bien» de Mary Rogers, «El huésped» de Alejandro Barrón y el texto de Silvia Landa: «Individuo desconocido sin prueba de contagio».  El juego de la muerte se refleja en «Bienvenido al valle de la muerte» de Leo Mercado. El designio de los oscuros pensamientos se da en «Los dos caminos» de Luis Ignacio Muñoz en un texto donde la tensión fricciona los nervios y los huesos casi igual que en «Sin escape» de Juan Jesús Martínez.

9.
En las páginas de esta antología el asunto del horror juega un papel psicológico/emocional, considerándose un protagonista más —casi siempre, acechante— de muchos de estos microrrelatos, la mayoría de ellos con niños como protagonistas en el escenario del miedo, seguramente porque en ellos la turbación se acrecienta y regodea de la mejor manera. Pero detrás de esos elementos perturbadores late tal vez lo más inquietante: el escalofrío y las sombras del miedo. Los diferentes tipos de monstruos que muchas veces llevamos dentro y a los que cualquier relato nos puede obligar a enfrentarnos en el momento menos pensado y en el lugar no imaginado. En ello radique quizá otro rasgo de esta selección de textos: el buen pulso narrativo del microrrelato pues  muestra a este género como espacio propicio para la extrañeza desatada por, digamos, elementos invasores, irrupciones que propician un tono entre desequilibrante y existencial y, el ánimo por retratar la personalidad y los estados anímicos de las criaturas que habitan estas páginas. La inquietud y la angustia son desatadas por este juego de sucesiones de palabras en las que son las víctimas las que parecen proyectar un aire sereno, pero inquietante sobre su propio entorno.

10.
La mayoría de estos microrrelatos posee argumentos de literatura contemporánea: la irrupción del doble, las presencias fantasmales, las memorias inconcebibles, las grietas temporales de la vida, el destino implacable, los juegos paradójicos y metafísicos. También se puede percibir influjos de autores como Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell, Jorge Luis Borges, Franz Kafka, Juan José Arreola, Ana María Shua que asoman cautelosamente en estas páginas. Así, esta selección representa una de las más singulares y recientes antologías monográficas digitales cuyo tema perturbador quizá no tenga simples delimitaciones, a pesar de que es bien sabido que el horror siempre encuentra una nueva manera pavorosa de hacernos repensar la vida.


Ciudad del Titikaka, julio de 2020



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