Pero empecemos esta lectura por el principio. Todo título es una clave de lectura. ¿Qué se puede decir entonces de epopeyas andinas como «La leyenda de Manco Cápac y Mama Ocllo» o de «El mito del dios Vichama», de la historia más quimérica «El mito de los Pururaucas» O más fantástico aún «El mito de Yacana», la verosimilitud de «La leyenda de Tamba-Tayá»? ¿Qué se puede decir? Pero no sólo estas historias fantásticas, sino también la que nos interesa más por los nexos intertextuales con los textos elegidos para esta ocasión, la base de datos de «El mito de Cuniraya Huiracocha.» Quizá aún antes de empezar esta lectura, los textos de los que ahora hablaremos estén orientados a otro mundo; que estamos en el umbral de un universo que late desconocido y misterioso en esos nombres que repercuten con sonidos numinosos pero no son necesariamente tranquilizadores; que se trata de textos que desde su título plantean la existencia de un mundo distinto del que habitamos. Y con la posibilidad de que esos nombres evoquen un mundo ajeno, dejándonos apenas en la frontera que los separa del nuestro y que estamos cerca, muy cerca de los territorios de lo fantástico. ¿Siempre estuvimos envueltos en el aura de lo fantástico? Y, ¿Macondo?, ¿Comala?, ¿Yoknapataupha?, ¿Narnia?, ¿Pacaritampu? ¿Entra Wiñay Marka en esta lista? ¿Pura alegoría fantástica?, ¿Puro cuento?, ¿Epicidad? Sólo sé que después de Ulises, Jasón, Eneas, Gregorio Samsa y Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, una columna de espectros penan en nuestras lecturas.
El cuento fantástico nos pone en relación con el misterio, con lo numinoso, con las emociones del pensamiento primitivo, base del pensamiento mítico que Levi-Strauss escudriñó en «El pensamiento salvaje.» Lo que ayer desencadenó en terror frente a las fuerzas indeterminadas de lo desconocido, se transforma en el «miedo gozoso» propio de la experiencia estética. Lo fantástico proviene entonces de una necesidad profundamente humana, que nos pone en relación con el misterio y justifica esa mítica búsqueda que puede verificarse en la necesidad de la existencia de lo fantástico. Umberto Eco apresa en la imagen del unicornio la necesidad de lo fantástico que legitima la gratuidad de lo humano. Una página de «El nombre de la rosa» puede ilustrarlo. ¿Unicornios y aves fénix? Basta la verosimilitud discursiva del narrador para saber de la grandeza de un escritor.
Esto supone que si se tuviera que trazar una poética del cuento fantástico, se pensaría probablemente, que a las leyes propias del cuento, el fantástico añade: la búsqueda de lo imposible verosímil, en tanto que el relato persigue el asentimiento del lector, su complicidad, y su emoción para finalmente sorprenderlo. Concluiríamos entonces, sin duda, que el cuento fantástico es una suerte de ruptura de las leyes que ordenan lógicamente el cosmos; y muy especialmente de la que cabe enunciar como ley causa-efecto, en el sentido de que el cosmos deja de ser sucesión de tiempos o de acciones que arrastran al personaje a cierta situación para ser simultaneidad, regresión o repetición. Descendamos en esto desde otra perspectiva, el cuento fantástico trata de penetrar en la significación del mundo mediante el símbolo o la metáfora, por un camino que conduce a lo fantástico permanente, a la literatura maravillosa. La expresión verbal estará caracterizada, como es lógico, por una tensión idiomática que se manifiesta como intención de contar aquello que es inefable. Es decir, que para expresar lo fantástico se tiende lingüísticamente a la paradoja y al oxímoron.
Partiendo de estas ideas que no dejan de lado la distancia mínima entre el dios Kon, los hermanos Ayar o Naylamp con sus pares Darth Vader o Harry Potter si revisamos sus venas fantásticas notaremos ahora que Omar Aramayo[1] (Puno, 1947) y Carlos Calderón Fajardo[2] (Juliaca, 1946) trasladan y plasman estas ideas en dos libros de verdadera narrativa fantástica que han aparecido en los últimos cinco años que van de esta primera década del siglo XXI. Con «El gallo de cristal» (Editorial San Marcos, 406, pp, 2006), Aramayo nos muestra su retorno a la narrativa después de su mundo fantástico-surrealizante explorado en «Glu Ekerekedá» (1968). Mientras que por otro lado, pero en la misma línea fantástica, Carlos Calderón Fajardo acaba de entregarnos «El viaje que nunca termina: la verdadera historia de Sarah Ellen», (Ediciones Altazor, 2009), esta novela reafirma el gusto por una narrativa fantástica que Calderón Fajardo, después de casi 16 años, entrega en su versión completa y definitiva. Sin embargo, en un esfuerzo editorial considerable, Calderón Fajardo también publicó este año «Antología íntima: 40 años de historias/ antología personal» (Editorial casatomada, 358 pp. 2009). Es necesario mencionar que en esta antología se incluyen 28 cuentos elegidos de 4 libros, considerando inclusive, los cuentos primigenios que Calderón Fajardo publicó en diarios como «El Comercio» y en revistas como «Creación & Crítica.»
El viejo Borges, repasando su repertorio de motivos fantásticos en la narrativa, señala los siguientes puntos como signos de lo fantástico en la literatura: la transformación, el sueño y la vigilia, el hombre invisible, los juegos con el tiempo, la presencia de seres sobrenaturales entre los hombres, el doble, las acciones paralelas. Además, Borges, ejemplifica con títulos de historias que vislumbran por sus rasgos: «Don Quijote», «Hamlet», «The Jolly Corner», «La metamorfosis», «El hombre invisible», «La máquina del tiempo», «Las mil y una noches», «El sentido del pasado», «El retrato de Dorian Gray»; incluimos aquí «El Aleph», además de una larga lista de leyendas noruegas e irlandesas de épocas medievales. Es en este perfil que Calderón Fajardo y Aramayo nos regalan dos microcuentos de factura fantástica que nos place compartir ahora:
Imito a los pájaros (*) (Omar Aramayo)
El señor de esta comarca convocó a quienes necesitaban un puesto de trabajo. A la oferta acudieron cientos, y según se iban presentando, les preguntaba ¿qué sabes hacer? Soy carpintero, maquinista, maestro de obra, cocinero, respondían. Y como si fuera en un sueño soñado por muchos, médicos, abogados, maestros de escuela, de acuerdo a la respuesta eran ubicados en la plaza correspondiente. Hasta que llegó uno, y fue preguntado de la misma manera, ¿qué sabes hacer?, entonces el hombre respondió: imito a los pájaros.
El señor de estas comarcas odiaba la música, y montó en cólera, ¡quieres vivir del canto¡ habrase visto, conmigo, un vago más, ¿acaso no es suficiente con los que ya tenemos? Arrójenlo, ¡lejos de mi vista¡
Pero antes que fuera expulsado por manos ajenas, el hombre se aproximó a la ventana y se echó a volar.
(*) Texto incluido en «El gallo de cristal», p. 405.
Si bien es cierto, la narrativa de Aramayo siempre fue lírica, pero lo fantástico nunca estuvo alejado de su creación. Por ejemplo, y atendiendo al microcuento leído, el asunto primordial es volar y luego recién se consideraría las cuestiones periféricas: condiciones sociales, trabajo, gobierno y desgobierno, etc. Pero volviendo un tanto a la escritura primigenia de la narrativa de Aramayo, notamos cómo desde las líneas iniciales de «Glu ekerekedá» ya tenía esas ideas: «Si él tuviera las alas de los ángeles crueles que atormentaron su infancia con alfileres quemantes volaría hasta el anochecer del horizonte donde el sol se ahoga ya inútil y en la pradera azul sembraría yerba para que la noche caiga lentamente.» Así empieza «Glu ekerekedá», pero en «El gallo de cristal» se deja ganar un poco más por un lirismo ordenado y a menudo fantástico, lógicamente acompañado por un friso de raigambre poeticidad. En «Imito a los pájaros», Aramayo utiliza deslumbrantemente el tema fantástico y la necesidad elíptica, este microcuento de por sí nos dice de una época pretérita, las cosas, los personajes, las costumbres, y cierra con un final sorprendente, final propio de los microcuentos y de las buenas historias. Sin embargo, visto desde lo fantástico que seducía a Borges, es lógico que aquí el primer motivo fantástico reconocido por Borges, en esta ocasión es utilizado por Aramayo: la transformación. Este tema de la transformación, empero, viene desde los mitos y leyendas andinas que, sin duda, Aramayo habrá leído y escuchado en su infancia: «El mito de Cuniraya Huiracocha»[3], este mito narra una historia fantástica espléndida, donde los personajes no sólo se transforman, sino que también su transformación es en aves, sí, aves. ¿Ícaro y Dédalo?
Ahora de «El mito de Cuniraya Huiracocha» leamos este fragmento: «Sucedió que Cahuillaca, una mujer que nunca se había dejado tocar por un hombre, se encontraba tejiendo debajo de un árbol de Lúcumo. Cuniraya, el mendigo iluminado, que la observaba de lejos pensaba en una manera astuta de acercarse a la bella Cahuillaca. Entonces se convirtió en un pájaro y voló hasta la copa del Lúcumo, donde encontró un fruto maduro al que le introdujo su semen, luego lo hizo caer del árbol justo al costado de donde Cahuillaca se encontraba tejiendo. Ella, al ver el fruto, se lo comió muy gustosa y de esta manera la bella diosa quedó embarazada sin haber tenido relaciones con ningún hombre.» El asunto de la transformación es el motivo principal que atrae a los autores. Y aquí vemos el vuelo como necesidad o complemento de lograr lo imposible. Aramayo apela a los motivos fantásticos y lo logra. Si observamos los mecanismos discursivos a través de una especie de genética textual, nos daremos cuenta de que este modo de reproducción intertextual es una brillante idea, aquí el autor se vale de un lenguaje lírico para presentarnos una historia fantástica que al final logra su objetivo: deslumbrar.
El lenguaje en la narrativa de Aramayo actúa por medio de binomios constantes, alertando al lector sobre una irrupción de un mundo irreal dentro del nuestro, el real. En «El gallo de cristal» encontramos muchos textos que combinan de manera sorprendente lo lírico y lo fantástico, una alquimia que alcanza a cuentos como «El príncipe atrapado en el jardín», «El sueño del danzante», «Los habitantes del río de la luna» y «La estirpe del viento.» En la narrativa de Aramayo coexisten los mitos y los asombros modernos, lo urbano y lo andino. La poesía y la narrativa. El sueño y la realidad.
Aves del limbo (**)
(Carlos Calderón Fajardo)
Nuestros padres eran como nuestras casas: se cruzaban en una pasadizo, cientos de veces, con mucha malicia.
El padre de Bertha volvía de su trabajo y se sentaba a la mesa, en la pequeñísima sala-comedor. Habría el periódico, lo hojeaba suavemente. Bertha tenía once años de edad.
La voz de su padre, un rumor lejano, ininteligible, llegaba a mí deslizándose entre los resquicios de la madera. Estábamos metidos dentro de un ropero. Con Bertha mirábamos por un huequito de la madera. Al atardecer, un pájaro voluminoso entraba en al casa y picoteaba la cara del padre de Bertha. Tétrica ave de canto estridente. En la cama, en el dormitorio contiguo a la sala-comedor, continuaba picoteando el cuerpo del padre de Bertha produciendo un extraño ruido, como un siseo.
Luego de un rato Bertha me dijo: «escucha, escucha». A lo lejos se propagaba un murmullo parecido a un gorjeo.
Yo, niño, imaginé el vuelo de aquellas aves invisibles. Entraron a mi cerebro, siguieron volando allí como en un cielo repleto de neblina. Era un vuelo que sentí infinito, que supuse que jamás podría describir: un vuelo indecible.
El ave inmensa se irguió. Empezó a batir sus alas. Yo vi cuando las desplegaba. Suave se desprendía de su cuerpo la pelusa. De repente mi madre se quedó quieta. Ya se iba, se detuvo. Se acercó al ropero y puso su ojo en al pequeña hendidura. Yo tampoco me moví, su tremendo ojo y el mío quedaron uno frente al otro.
Después que mi madre salió volando por la ventana, el padre de Bertha se durmió. Bertha y yo salimos de nuestro escondite y nos fuimos corriendo a la calle.
(**) Texto incluido en «Antología íntima, 40 años de historias» pp. 180,181.
En el caso de la narrativa de Calderón Fajardo, vemos que su extensa obra no sólo se inspira en textos como «El mito de Cuniraya Huiracocha», sino también, y en mayor medida que Aramayo, Calderón Fajardo ve, se detiene en los cuentos de hadas y la mitología anglosajona y escandinava, con sus faunos, duendes, elfos, trols, brujas, ogros y todo tipo de seres mágicos. Esta narrativa de Calderón Fajardo relata las aventuras de personajes que -como en los cuentos clásicos- luchan por hacer frente a una serie de adversidades. Sin embargo, en el cuento «Aves del limbo», lo que nos interesa es el asunto que Borges llamó motivos fantásticos en el cuento, y un par de motivos en especial: la transformación y la invisibilidad. En este cuento se repite lo que le pasa a Aramayo al narrar su cuento «Imito a los pájaros», la transformación de personas en aves como en «El mito de Cuniraya Huiracocha». Tal vez ese deseo parte en la literatura escrita desde Borges cuando éste señalaba su cólera contra Dios por no haberle concedido el don de volar.
En la narrativa breve de Calderón Fajardo hay una autonomía del texto literario, aspecto relevante que antaño en la poesía tuvo una proclamación relativamente temprana con el movimiento del «l’art pour l’art», esta ráfaga sigue en el relato un camino tortuoso que es aún más difícil en el cuento si pensamos que en éste la trama es indispensable, y en tanto que trama, es acción o peripecia que dota de unidad al relato, el lazo de mayor dependencia entre literatura y realidad, tal como lo que logra Calderón Fajardo en sus textos. Tampoco quiere decir esto que de algún modo carezca de autonomía literaria aquel relato cuyo referente se adecue a nuestro entorno, pero sí, demuestra mayor independencia el texto que se distancia voluntariamente de la realidad. Este artificio, de gran modernidad, fue perfeccionado por Borges y Cortázar. Ahora, en Puno, es retomado por Aramayo y Calderón Fajardo, aquí se trata de procurar que el relato fantástico tenga tal realidad que el lector forme parte del relato. Los autores del siglo XIX ya se proponían esto al encuadrar la narración en una conversación oral; de suerte que el lector se convertía en un oyente más. Pero conforme avanzó el siglo y nos alcanzó éste nuevo, el procedimiento va perdiendo paulatinamente su ardid, al par que el lector va formando parte de la narración de un modo más profundo, no ya como simple oyente, sino como personaje pleno.
Ambos ejemplos, «Imito a los pájaros» y «Aves del limbo», contienen, no obstante sus venas u orígenes mágicos-andinos, conservan también su arraigo en temas románticos, elementos que nos hacen considerar la evolución del relato fantástico. En el caso de Aramayo, los protagonistas son personajes históricos que actúan en una época del pasado (medieval, colonial) y, hay, por tanto, un deseo explícito en el narrador de cuentos fantásticos de confundir en el microcuento la realidad y la ficción, mediante un artificio que si queremos podemos calificarlo de imaginismo puro, que linda con el surrealismo, pero simboliza el cambio que se está operando en la sensibilidad del escritor de ejes fantásticos para aprehender, presentar, reflejar la realidad fantástica (hay que recurrir a la paradoja).
Si atendemos el espacio temporal en «Aves del limbo», nos daremos cuenta que los sucesos de este microcuento son más recientes que en «Imito a los pájaros». Los personajes, casi nebulosos, son quienes al final, como una humareda, se van yendo de la historia, no como fueron o pudieron haber sido, sino como el humo. Transformaciones e invisibilidad.
Los narradores puneños, tanto o igual que los poetas, descienden de una estirpe imperecedera. Desde antiguo se ha tenido noticias de una narrativa fantástica en Perú y, en esencia, en Puno, claro que estas narraciones proliferaron en su orden y valía oral. Aquí partimos desde las leyendas y mitos donde lo fantástico siempre tuvo un lugar privilegiado. Sin embargo el tema de la mímesis o la imitación, entendida aquí como imitación de la realidad (no en el sentido renacentista de imitación de los clásicos), no parece pertinente plantearlo bajo presupuestos cientifistas, mecanicistas o materialistas, como pudieron haberlo hecho en el siglo XIX Zolá y toda la pléyade de escritores realistas que pretendían ser fieles a la realidad mediante la observación directa, al modo en que podría hacerlo un biólogo o un médico. Lo interesante, respecto al cuento fantástico, en este caso en «Imito a los pájaros» y «Aves del limbo», es advertir en qué medida dependen éstos de la realidad, o bien, preguntarse si pueden prescindir por completo de ella. De otra parte, tampoco creo que el concepto aristotélico de mímesis haya que interpretarlo como fiel imitación de la realidad. En la imitación narrativa y en verso, es evidente que hay que componer las fábulas, como en las tragedias, de una forma dramática y en torno a una acción entera y completa y que tenga principio, parte media y fin, para que como un único ser viviente entero produzca el placer que le es propio.
Es verdad que una de las condiciones de lo fantástico es la existencia de fronteras, de límites entre sistemas de funcionamiento de realidad, códigos con los que se aprehende esa misma realidad; es también usual anotar que la intersección de estos dos órdenes irreconciliables resulta en una trasgresión absoluta sin posibilidad de retorno, siendo ésta una ruptura que provoca escándalo, malestar, inquietud. Los mitos que aquí representan hitos identitarios, hoy alimentan la literatura, casi siguiendo el curso literario y uno de los negocios capitales de la posmodernidad: la reproducción. Es este un signo tranquilizador del mito al inquietante y amenazador del cuento fantástico. Supone también esto que, por este camino es que entroncan buena parte de las mitologías prehispánicas con el cuento fantástico. El tema es viejo, muy viejo, y es uno de los sustentos de lo maravilloso todo, no sólo de la literatura fantástica. Buena parte de las maravillas que aparecen en la literatura de ficción descansa en esta condición, ¿cuántas hadas encubren genios altiplánicos, duendecillos errantes, sirenas deslumbrantes? ¿Cuántas vírgenes cristianas encubren hadas? La literatura peruana podría darnos muchos ejemplos de cómo estos dioses –de la costa, de la sierra y de la selva– desfuncionalizados no están del todo muertos, sino que aguardan el momento propicio para regresar y reclamar su territorio y honores.
En el caso de las aves y su magia del vuelo (vistos como otro eje en «Imito a los pájaros» y «Aves del limbo»), tiene también precedentes en la literatura escrita. Es ésta la expresión aérea de héroes divinos. El águila u otra ave que lleva al héroe a otros mundos, representando la elevación del mismo. El vuelo es símbolo de ascensión espiritual. En «La Divina Comedia», Dante vuela a lomos de un dragón antes de su ascenso de los infiernos, y ese vuelo es síntoma de purificación antes del paso al siguiente nivel. El ave también enseña al héroe aquello que él no puede ver, debido a que su perspectiva desde el aire es más completa, y es símbolo también de iluminación. Si recordamos en «El Señor de los Anillos» tanto a Gandalf como a Frodo y Sam les salvan las águilas, a Gandalf en «La Torre Blanca» y a Frodo y Sam en el «Monte del destino», ambos en situaciones límite. Aquí cerca vemos que el hombre de «Imito a los pájaros» es salvado por sus alas al aproximarse a la ventana y echarse a volar. Mientras que en «Aves del limbo» una madre huye de la sapiencia de un secreto arcano que ahora su hijo ya conoce. ¿Es el recuerdo de Ícaro y Dédalo alejándose del laberinto, del minotauro?, ¿Es esta la existencia de un nuevo Cuniraya volando a la copa de un lúcumo?, ¿Un cóndor de la narrativa oral llevando comida hasta las cumbres andinas para su amada?
Después de Homero y Virgilio. Luego de Kafka y Borges. Los primos de estos últimos son sin duda C. S. Lewis, J. R. R. Tolkien, Michael Ende y J. K. Rowling, era de suponer, encima con una obviedad, que vendrían nuevos escritores que caerían, uno por uno, rendidos ante la delectación que nos procura la narrativa fantástica, en este caso el cuento. Tal vez por ello estudiosos como Caillois, Propp, Todorov, Béssiere, Bettelheim, Le Goff, Campra, Chiampi, Jackson, Vax y un largo etcétera han hablado sobre la narrativa fantástica y seguro que muchos otros seguirán refiriéndose o continuarán escribiendo con profundo asombro sobre este lado fabuloso de la literatura.
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[1] Omar Aramayo Cordero es un escritor descollante de la literatura puneña y peruana. Ha publicado obras poéticas como «Aleteos al horizonte» (1963), «La estela del rocío» (1964), «Antigua canción» (1965), «Axial» (1975), «Los dioses» (1992) y «El nacimiento del sol y la luna» (2004).
[2] Carlos Calderón Fajardo es uno de los narradores más emblemáticos de Juliaca y del Perú. Entre otros libros ha publicado: «La colina de los árboles» (1980), «El que pestañea muere» (1981), «Así es la pena en el paraíso» (1983), «El hombre que mira el mar» (1988), «La conciencia del límite último» (1991), «El viaje que nunca termina» (1997), «La conquista de la plenitud» (2000), «Historias de verdugos» (2006), «La segunda visita de William Burroughs» (2006) y «Playas» (2008).
[3] «El mito de Cuniraya Huiracocha» forma parte de los escritos de Francisco de Ávila, quien en la primera década del siglo XVII los recolecta en la provincia de Huarochirí. La primera traducción de «El mito de Cuniraya Huiracocha» al castellano la hizo José María Arguedas, publicando el libro «Dioses y hombres de Huarochirí» en 1966. Posteriormente Gerald Taylor hizo una nueva traducción, en 1987, que aparece en el libro «Ritos y tradiciones de Huarochirí del siglo XVII.»