Ortodoxias y heterodoxias en la poesía puneña post-2000 (Tratado del cielo y del infierno)

jueves, 2 de junio de 2011

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Ortodoxias y heterodoxias en la poesía puneña post-2000
(Tratado del cielo y del infierno)



Escribe: darwin bedoya




1.- La Generación Perdida:


Han transcurrido cientos de años desde los primeros ejercicios experimentadores e innovadores que hiciera el poeta griego Calímaco, siempre buscando una poesía nueva y distinta a todo lo escrito hasta el día de su lectura. Tiempo después, revisando nuestro espacio latinoamericano, vino la abrumadora innovación de las vanguardias, prosiguieron después las insolencias líricas de Oliverio Girondo, las invenciones del concretismo brasileño, entre otros momentos descollantes podemos mencionar también la fracturada voz de Vallejo, la antipoesía de Nicanor Parra, la ludicidad y el criticismo de Octavio Paz y, recientemente, las múltiples operaciones escriturales basadas en el lenguaje a través del neobarroco latinoamericano con Lezama, Perlongher y Kozer. En el Perú, anotando estas coordenadas innovadoras, y avanzando en el tiempo, recientemente se ha hablado de la gran calidad de los libros de los poetas de los ’90 (hay una larga lista), claro, después de ellos, la estela poética ha seguido creciendo en nuestro país; y es que enseguida vinieron casi como una enfermedad más de un centenar de libros y todos ellos con diversas propuestas, estos son por ejemplo algunos libros que marcaron un quiebre y un momento en el proceso poético peruano: Présago de Romy Sordómez, Quién las hojas de Miguel Ángel Sanz Chung, Virus pop de Rafael García Godos, Dos niñas de Egon Schiele de Álvaro Lasso, El jardín de los amables espinos de Arianna Castañeda, Aprendiendo a hablar con las sombras de Víctor Ruiz, Autorretrato de Alessandra Tenorio, Marineros y boxeadores de Jerónimo Pimentel, Nuevos poemas italianos de Renato Cisneros, Las falsas actitudes del agua de Andrea Cabel, Conspiración de la ceniza de Ángel Ibarguren, Las pieles del Edén de Patricia Colchado, La distancia es siempre la misma de Manuel Villarán, La primera anunciación de Cecilia Podestá, Canto de la herrumbre de José Agustín Haya de la Torre, Galería de Miguel Ángel Malpartida, Conflicto azul de Raúl Solís, Euritmia de Denisse Vega Farfán, Reino cerrado de Erika Almenara, Catedral de José Miguel Herbozo, San Felipe Blues de Bruno Mendizábal, Lugares prácticos de Emilio J. Lafferranderie y Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo de Tilsa entre otros libros que no sólo fueron y siguen siendo una presencia entusiasta, sino también una clara señal de seriedad y propuesta en las últimas páginas de la poesía peruana, que por cierto también tuvo grupos-epicentros como Sociedad Elefante, Segregación, Coito Ergo Sum, Cieno, El Club de la Serpiente y Colmena.

Mientras que en Puno, luego de una presencia entusiasta, delirante, sensata, irreverente, anónima, innegable, corrosiva y otros adjetivos de este calibre que acusen a los poetas puneños de los ’90, siempre habrá lugar para hablar de ellos; pero hoy que contemplamos el panorama actual de la poesía puneña, vemos que concluida la primera década del 2000, bien podría afirmarse que hubo una Generación Perdida en la década que se acaba de ir, perdida en el sentido de que solamente fue un susurro en el receso. Los dos o tres poetas post-2000 dijeron este verso es mío con una poesía insuflada de emociones e improvisaciones, carente de las exigencias mínimas de la poesía. En algunas casos, llegando tal vez a la exageración y hablando de los que mínimamente se puede rescatar algo, podría hablarse de una cierta y paupérrima imitación de estilos, lenguaje e imágenes tomadas de sus predecesores. Estos últimos no trajeron nuevos enfoques, tampoco otras perspectivas u otras sensibilidades. No desarrollaron propuestas. Creo que escribieron en un contexto que fue casi el mismo que el de hace casi 30 ó 40 años atrás. Inclusive, lo exiguo que han publicado se resume a plaquettes o fotocopias que tampoco podrían tomarse en cuenta en un estudio riguroso, donde hasta cabría la posibilidad de mencionar que nunca existieron, ni dos ni tres. Una completa y auténtica Generación Perdida. Forzando una presencia inconclusa, lo que tal vez hemos encontrado es un par de textos aceptables, o medianamente bien escritos, comestibles en cuestiones de lectura, aunque no sean textos virtuosos en términos de destreza poética. Ni siquiera son textos efectistas, por no decir menos. Y como ya señalamos en varios comentarios anteriores: son el resultado de puras emociones. Puro lirismo. Superficialidad. Nada impactantes. No revelan nada más allá de una incipiente poesía. Y precisamente por eso no sobrevivirán. Los días y los años, estoy seguro, me podrán corroborar. Ningún decir poético los podría situar en un sitio aparte, ya sea como noveles, imitadores, plagiarios o, según ellos, asumiéndose Les poètes maudits en la investidura de Rimbaud o Baudelaire. A lo que voy no es a cuestionar la sutileza y frescuras que pueden acarrear el quiebre o la mezcolanza presentes hoy entre los poetas que, inclusive hace rato dejaron de ser adolescentes, a lo que voy es a la continuidad de una tradición por demás llena de momentos apoteósicos en la literatura puneña. A eso voy.



2.- Gato encerrado:


Por eso es que ante esta decible verdad, creo que los poetas de este otro post-2000 que publican su primer volumen a partir del año 2011 (les espera una década), ellos al menos tratan de instalarse detrás de un yo cada vez más intensificado en sus líneas de abordaje, lo que implica una autoagresión, un subir los decibeles de esta música que nos convoca, específicamente del discurso poético; tesitura que tal vez sea el único territorio propio. Lo que se puede ver es un sujeto poético que expone sus versos, ahora a partir de estos poemarios iniciáticos, de corte intimista y en permanente crítica con ellos mismos, creo que lo que hacen es tratar de bifurcar el camino trazado con antelación. La tematización de los desencantos reitera, una vez más, a la poesía y sus orígenes. Y nos preguntamos: ¿Hacia dónde va la poesía en estos tiempos? Creo que de antemano no hay respuesta. Desde siempre, el hombre ha tenido necesidad de decir, decirse, repetirse la misma respuesta. Sí, la poesía ha surgido de la música y desde la modernidad se han tratado de fijar los límites y marcos de las artes. La poesía de nuestros tiempos parece regresar a su origen, parece que trata de llegar a su punto de partida, pero ahora con añadidos, principalmente tecnológicos, que privilegian lo visual, pero no olvidemos las otras posibilidades poéticas contemporáneas, donde podemos encontrar versiones poéticas disímiles, tanto que podemos hablar del spoken word, cercano por ejemplo al slam poetry el mismo que casi se conecta con la electropoesía. Luego la minimización lírica con la micropoesía, después distribuyéndose con la poesía-performance, emparentada con la poesía multimedia, las poéticas de la exploración y, la mezcla de artes, etcétera, etcétera. En este sentido, si llegara la poesía a no ser poesía, digamos a querer desaparecer, resurgiría, volvería a empezar, siempre como una necesidad del hombre y la humanidad de buscarse. Ante esta realidad, creo que el poeta asume el riesgo de la escritura, logra entender la poesía como una respiración que encarna el verbo, haciendo del lenguaje un latido preciso, orgánico y autónomo, al margen y, a veces, dentro de tantos artificios mal llamados poesía.



3.- Tratado del cielo:


En términos políticos y espacios de creatividad, diremos que los ’80 tuvieron, para la creación literaria, un escenario movido, agitado para la concreción de sus ideales poéticos, lógicamente ese fue un gran adversario, pero como en el resto del país, otros poetas supieron salir a flote con uno o más libros publicados. Los poetas de los años ’90 emergieron dentro de un firmamento que aún tenía ciertos vestigios de la violencia política aparecida en los ’80 y que por lo mismo el ambiente casi les fue agreste para la creación. Y, en el caso de los poetas del 2000 (que no escribieron), el espacio político-social creemos que fue un poco más propicio, hubo un enemigo que ya no era unidireccional y que, tal vez por eso, no impuso un total desencanto, claro, la situación no fue del todo benigna, diremos en términos económicos. Ahora en cambio, el clima parece haber mejorado, consideramos que las nubes no son tan grises que digamos. Algunos rubros se han estacionado en alguna medida. El ambiente empieza a cambiar y otros son los modos de pensar, de escribir, de hacer poesía.

Volteando la página, después de un aparente empecinamiento con esos vericuetos llamados neorromanticismo/postvanguardismo/transvanguardismo/hibridismo, transindigenismo y ludismo creo que podemos hablar de nuevas voces en el escenario poético de la nueva poesía puneña. Entre los autores que han lanzado el primer verso, pero en serio y con un libro también sensato, mencionaré a Carlos Mendoza (Ayaviri, 1990), su opera prima Cuerpo enamorado, (Grupo editorial Hijos de la lluvia, 2011, 64 pp.), es un texto donde el hablante poético usa un tono intuitivo, vislumbra su habilidad de discurso. En cierto sentido, Cuerpo enamorado, es un libro que se inclina por una senda lineal, de un punto de partida a una meta, pero como todo viaje en su camino hay pequeñas historias que quieren ser releídas: Niña, tú que acaricias el cielo con una sonrisa/y le das color a mi alma, /tú que sabes el itinerario de la inocencia/el camino de la verdad aprendida/adónde irán los versos de este poema,/ escritos bajo tu sombra, con tu recuerdo/ niña de bondades/esta noche/ quiero amar tu nombre. (I: p. 45)

La mayor cantidad de textos que componen Cuerpo enamorado se instalan en la vida que celebra el amor, la pasión, la poesía, la imaginación, las visiones, los sonidos abordados bajo un lenguaje mesurado, de estructura casi tradicional, aunque a veces alejada de quiebres lingüísticos o experimentos en ámbitos sintácticos. En este poemario, Mendoza retrata un tiempo que aún no concluye del todo en su propia vida. Una historia de melancolías, desgarros y exilio, donde el miedo, pero también el amor, se entrecruzan con la nostalgia perdida y la esperanza casi extinguiéndose en la esperanza: Dulce cristal / tus pupilas incandescentes / llorarías si se perdiera el hombre / que siempre te mira detrás de la ventana / y ligeramente a un lado de la tristeza. (III: p. 46)

Desde luego, el lenguaje anda estremecido por aquello que quiere contar, un temblor traducido en crear imágenes y enlazarlas con música, el alma de la poesía. A la vez que aparece otro mundo con el hablante poético, él se hace visible, se erige entonces un lenguaje cargado de imágenes, como un árbol y sus visibles y fulgentes productos. En última instancia, es parte del sentido de pintar otra tierra, hacer visible sus árboles, sus sombras y sus fulgures. En cada texto de este poemario se sigue atendiendo una realidad que reclama un paisaje interior que se puede ver desde fuera, versos con sensibilidades que nos hacen ir más allá de la mera comprensión intelectual, pues en sus páginas se evoca y recrea un singular estado de ánimo, se presenta un ambiente enrarecido a partir de lo inefable e invisible. Concretar esa sensación por medio del símbolo es parte del artificio de su traslación al testimonio, por tal razón, lo formal y lo temático se encuentra estremecido, sentido: Yo he sentido tus manos/una noche cálida de aplausos y luces /también tus ojos que se clavaban /en la desnudez de los míos /yo he sentido tu aliento muy de cerca /oxigenando mis sueños /y he sentido la ternura de tu ser /jugando conmigo. (V: p.47).

La evocación y la visión forman el estado natural de esta poesía, creo que defrauda a cualquiera que busque un referente inmediato. Pero esto no quiere decir que cancele lazos con la realidad más palpable, pues no hay división, hay un énfasis de unidad, afirmarse en un solo horizonte donde se le ha otorgado el valor justo a lo espiritual e intuitivo, al amor mismo: Tu cabello se desnuda al compás del viento,/ tu frente de nácar y ébano,/ tus ojos que guardan un universo misterioso,/ tus labios frutos de un jardín llamado cielo,/ tus manos llenas de inocencia,/ mujer echa de suspiros,/
ataré a tu forma sencilla este poema,/ y una mañana cualquiera/ descubrirás el porqué/ los animales no hablan/ pero sí escriben. (Anotaciones de tu cuerpo. p.12)

Carlos Mendoza sabe que la poesía hace pie en lo fundamental y fundante y que debe recobrar ese lenguaje original donde la aparente imprecisión o asociación insólita es vía para acercarnos a la otra orilla. En un mundo como el que vivimos, desganado y que lleva sobre su ánimo la sombra de un persistente pesar le hace bien esta miel y nos invita a leer y escribir la vida. Finalmente, Cuerpo enamorado supone, a la vez, un ahondamiento en el cosmos lírico y una estilización de sus rasgos más característicos: la búsqueda por querer perfilar un yo incierto, y acaso imposible, en una realidad sin otros hilos conductores que la poesía misma y la sensibilidad, allí se resuelve la poesía, creo que en estos poemas encendidos y disgregados, pero a la vez poseedores de una insólita cohesión, creo que con ellos empieza la vida del poeta Mendoza. Después estarán los conflictos del amor y la cotidianidad, encarnizados, se trabarán en una serie de combates cuyo resultado, siempre brillante, verá transformado el mundo y la vida de la poesía misma. Leer entonces la poesía de Carlos Mendoza no es sólo sentirse reconocido en lo que habla y canta el poeta; sino también es poder reconocernos, en cada poema, en cada verso y poder vislumbrar los diferentes sentimientos de amor, dolor, pérdida, soledad, traición, olvido. También es disfrutar de su estilo rápido, casi siempre corto y de su ritmo a golpes, aunque por momentos se torne más suave, que lo hacen todavía más profundo. En una siguiente publicación diremos que Mendoza ya no se detendrá a pensar sobre el tiempo que pasa y las verdades que llegan y que deja entrever detrás, su mano nerviosa, aunque lúcida, peculiar y complicada. Sabemos que en esto que en verdad es el infierno muchos son los invitados, pocos los elegidos: no hay líneas para tanta gente. Tres no pueden comer donde comen dos. Este, en verdad, es el infierno.


4.- Tratado del infierno:

Cuerpo enamorado es el anuncio de los próximos libros de poesía que se vienen en la colección Jaula de papel que el escritor y editor Walter L. Bedregal Paz lanza a través de su sello editorial Hijos de la lluvia, entre una lista de varios textos, anunciamos los siguientes poemarios, ahora en prensa: Sol de ánimas de Patricia Gonzáles, Sínodo herbaje de Osman Alzawihiri y La canción del bufeo de Mijail Mercado. Aquí un adelanto:


HUBO UN TIEMPO

Hubo un tiempo en el que me dedicaba a escribir tu nombre para salvarme.

Entonces criaba pájaros en mi memoria

y era el silencio y el vacío en los árboles,

era respirar el olvido a como dé lugar.



Hubo un tiempo,

entonces era una vana intención esta de querer suspender a la vez dos eternidades

para crear tantas palabras en los espejos vacíos

y los pájaros volando sobre mi cráneo desquiciado.



Tanta nada

hasta olvidarme completamente de tu nombre.




EN TUS OJOS NO HABÍA CANDELAS





Aún queda tiempo entre los candiles,

Aún queda tiempo

allí donde la muerte asoma como un fantasma,

allí abres tus ojos de mar que agoniza,

como si toda la vida hubieses llorado

bajo este mismo candil que se apaga.



En tus ojos no había candelas.


de Sol de ánimas de Patricia Gonzáles (Juliaca, 1978)





***

Salí de los guijarros de una calle que transita junto conmigo en los rincones del abismo. Tomando la humareda de sus tardes, en una niña que agranda sus ojos de luna. Sus dedos destejen las noches para ceder un tiempo más a los crepúsculos de su ausencia y para peinar sus noches de vigilia. Es decir, un cuerpo se llena de mariposas que visten su distancia.



Ahora pasa una habitación con gestos que te abrazan como si llegáramos desde una lejura inolvidable. Busco un lugar en los parajes que ocupa mi soledad. Intento ceñirme en los tajos que se esconden como si no descansaran mis pesadas plumas de estero.



Todos los vacíos se veían en los espejos de la cortina como los recuerdos pegados en un mismo orden. Como si fuese un reflejo de las calles que nadie ha caminado hasta no ser nunca. Estoy en los colores de la noche.



Las dehesas de mi huerto son las noches que guardan nuestros huesos en un cementerio fuera de cualquier osario. Me siento a su lado para acompañarlas en estas noches misteriosas, para contarnos sin vernos en esa realidad que está en otro sitio. Cuántos caballos enmohecidos por la ceniza pasan por estos lares sin tiempo. Cuántos oídos nos abrirán la boca sin pronunciar ninguna oración.



Me despojaré del cuerpo blanco que tengo, luego echaré al fuego mi vida, lejos, en una liturgia terrenal de las noches. Sacaré las piras en la oscuridad de las cuevas, donde a todo hombre se le prohíbe acercarse.



Hallé una flor escurriendo colores en las rejillas de un velo. Y sé, cuando abres la puerta, simulando alguna presencia, sólo ves crecer la noche en las luces de la ciudad: y te dices por dentro: por qué de tantas horas solamente puedo escoger las noches en que se rezan las oraciones más desconocidas. Por qué pienso que alguien más se hará partícipe en esta comunión de velas que giran goteando racimos de hostia.



de Sínodo herbaje de Osman Alzawihiri (Azángaro, 1982)





***



HOTEL / TU RECUERDO DESHACIÉNDOME LENTAMENTE





Hotel. La

lluvia

ha desatado el arco iris sobre el viejo oriente.

Como el anterior invierno, la señorita tristeza se ha puesto a zurcir estas viejas tardes en que tú

me regalabas una luna tuberculosa.

¿Sabes? Sobre todo te extraño ahora, porque me he puesto más viejo que Freud.

Porque tu blusa aún desviste mi recuerdo.

Yo no sé decir estas cosas. Pero sé que en algún lugar la lluvia te hace llegar la humedad de mi corazón.

Y tú

Como la muchacha que esconde su sombra tibia mientras el cielo se traga los peces-

seguramente pensarás en mí como algo lejano, la chaqueta manchada de tus besos,

esperándote con un pedazo de sol.

Hotel.

Cinco de la tarde.

Sin duda, me haces falta. El piano olvidado. Tu recuerdo garabateado en el espejo.

Ahora por ejemplo, recuerdo aquellas noches en que atabas mis manos a tu cintura.

Por entonces yo te regalaba estrellas de mar, mientras tú descansabas y te comías mis sueños.

Y ahora,

sin duda, duermes lejos de mi cuerpo, seguramente comes de las estrellas recién cortadas.



Por ahora la distancia se ha comido el otoño.

El cigarrillo de estos crepúsculos enciende el olfato de la muerte, que viene a tocar mi puerta con su tarjeta de visitas.

Yo le digo adiós cordialmente como en veranos anteriores.

A tientas busco el pretexto de las mariposas para dibujar tu cuerpo.

Y siento a alguien detrás, no se quién (a lo mejor mi sombra) husmeando cerca y diciéndome que no volverás.

Yo creo que es la señorita muerte.





DIFÍCIL SETIEMBRE





Ahora que setiembre se aleja como una viejita dulce, tibia, lejana; a lo mejor te escriba postales con mariposas secretas.



Después de todo este picnic y sus veranos, te escribí este poco de mis absurdos dulces.

Sabes que me gustan tus ojos, sobre todo cuando descansan y desatan los peces de mis sueños.

Por eso y aquellas tantas cosas que debiera haberte dicho mientras garabateaba el amor en tu piel, déjame

Decirte:

Ven, guarda esta luna nueva que planté para ti. Ven, deja que guarde esta noche en tus bolsillos.

A pesar de todo, sé de tus ojos cazando las luciérnagas.

Sé de tu secta de palomas acuchillando los crepúsculos de Seúl.

Y ahora tú, mujer dulce de 19 años, ¿donde estás?

Difícil el tiempo para mis postales celestes.

Difícil setiembre para ir de picnic a la luna.

Ahora

Tan sólo

desearía a la muerte con sus ojos de bisonte.

Entonces fuera a verte

Nuevamente descubrir la desnudez de tus ojos.

Besarte. Tus ojos sujetándome.

Tú,

Señalándome el camino de la noche y otros tantos demonios.

Y decirte adiós como nadie supo.





de La canción del bufeo de Mijail Mercado (Azángaro, 1990)

Poesía puneña de los ’90: la herejía perpetua

miércoles, 1 de junio de 2011

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Poesía puneña de los ’90:

la herejía perpetua



(1ra Parte)

Escribe: darwin bedoya



Asentir a los postulados de la posmodernidad significa reconocer los movimientos y escuelas que desde finales del siglo XVIII —pasando por el siglo XIX y hasta comienzos del siglo XX— animaron la vida cultural y artística de Occidente: del romanticismo al surrealismo todo fue renovación continua y, consecuentemente, agotamiento de recetas y declaraciones de fe. Esto supone que cada vanguardia fue un movimiento hacia la discontinuidad con respecto a su generación precursora. Sin duda, las vanguardias no enterraron, sin más, a las anteriores: primero, reconocieron su oficio; segundo, establecieron vínculos con la tradición al entrar en diálogo con ellas; tercero, las interpelaron y rompieron con su significado; cuarto, instalaron un nuevo paradigma; quinto, renunciaron a seguir “diciendo” con palabras prestadas; finalmente, hicieron público su propio discurso y dejaron que el lector entrara a su nueva casa.

La historia de las vanguardias es la misma historia del tiempo: a un segundo le sucede otro, ni más segundo que aquel ni menos, otro segundo. Difícil decir cuál vanguardia fue más importante que la otra; lo que se requiere es estudiarlas a fondo, entenderlas en su contexto y en sus propias proclamas y polémicas, en sus ambiciones y limitaciones. Entonces, convengamos en que las vanguardias nacieron y se constituyeron en medios inestables y que no hubo un centro vanguardista sino varios focos, a menudo aislados. Estos focos actuaron como exasperaciones y exageraciones de las tendencias que los precedieron. Frecuentemente el artista de vanguardia se topó con el límite de su arte o talento: no hubo más allá, todo aparentemente estaba dicho y hecho; era hora de regresar a casa o de renegar del camino transitado.

Un par de estas vanguardias fueron las que se originaron en Puno. Una vanguardia que giró en torno a un grupo cohesionado que fueron los «Orkopata» y otra vanguardia estrictamente poética que construyó Carlos Oquendo de Amat después de Alejandro Peralta. Estas vanguardias rechazaron el pasado, la tradición y sus códigos, y abrazaron la causa del futuro (Peralta con su andinidad vanguardista y Oquendo con su poesía cinematógrafica y lírica) como única respuesta posible ante el desconcierto del hombre ante el presente del mundo. El futuro para las vanguardias olía a promesa, progreso, renovación, libertad, nuevas formas. Creo que con las vanguardias del siglo XX, la literatura puneña y peruana, se hizo menos realista, rompió con los supuestos fundamentales del punto de vista naturalista —el carácter, la acción, la casualidad, la lógica y el lenguaje como medio de entendimiento— y expresó la pérdida de la capacidad de integración moral de la sociedad mediante la descomposición de las formas literarias pulcras.

Herederos de esta vanguardia y los grandes poetas puneños, a finales del siglo XX hicieron su aparición los poetas de la Generación de Fin de Siglo. Un aforismo de Hölderlin que Heidegger citaba con frecuencia en sus lecciones de discurso, decía: «La mayor parte de las veces, los poetas se han formado al principio o al final de una época del mundo.» Esto parece coincidir con la aparición de los poetas puneños considerados de la Generación de Fin de Siglo. Si bien es cierto, en esta generación ha habido un buen número de poetas, lo cual, obviamente, no justifica la calidad de la poesía. Sin embargo, el secreto de la supervivencia de esta versión de la poesía puneña parece que consiste precisamente en la diversidad con que estos jóvenes de aquel entonces construyeron sus poéticas: Nunca se condenaron a sí mismos. Participaron en recitales realizados en Puno y Juliaca. Celebraron la poesía en un bar o un prostíbulo. Algunos publicaron un libro o dos; otros, en cambio, hasta hoy conservan inédito su gran libro. Varios de ellos se unieron para publicar una revista literaria. Hubo alguno más insolente que se atrevió a publicar un buró de literatura. Otros, en cambio, formaron grupos en la Capital: Leoncio Luque y Gonzalo Málaga son integrantes de Noble Katerba; Filonilo Catalina y Rubén Soto son integrantes de Triángulo editores. Hoy por hoy, varios nombres de esta generación ya no pertenecen a las sombras de la poesía. Otros, aún duermen justo en el lugar donde caen los relámpagos y la lluvia. Los más pocos, todavía, inseminados de sí mismos, escriben y escriben, buscan, se acomodan dentro de una estética. Contemplan la brevedad de las formas poéticas de turno. Admiran terriblemente a un tal Carlos Oquendo de Amat. Pero en todo esto no se puede olvidar algunos nombres que pudieron haber estado en este «grupo» de manera más intrínseca, no lo estuvieron; las razones si bien no fueron voluntarias, pero fueron, y por esa cuestión de la situación geográfica o contemporaneidad, no compartieron estas granizadas. Sin embargo, estos poetas no dejan de ser de Puno, éstos escribieron poesía desde fuera. Ellos son: Leoncio Luque, Gonzalo Málaga, Rubén Soto y Filonilo Catalina y de ellos hablaremos enseguida.

Leoncio Luque (Huancané, 1964), a pesar de la distancia, no abandonó sus fuentes andinas, su ideario lírico que, en cierta medida, trasunta una voz de estos lugares, pues en la misma tentativa y búsqueda de un espacio poético, podrían ubicarse diversos textos suyos, versos que adquieren connotaciones intersubjetivas y culturales, pero que se salen de lo que tradicionalmente se entiende por poesía localista, y quizás apunten a la necesidad de transformaciones en la representación escrituraria: «¿no eres tú/ aquel que percibe la soledad del viento/ y llora como un ángel.» Tal vez los años ochenta representaron la renuencia contra el coloquialismo, la vuelta a la metáfora y a los temas de carácter íntimo, algo que la onda poética de los sesenta y setenta había ido separando del discurso poético casi como una urgente necesidad, lo que ocurre en los noventa reveló nuevamente algunos vínculos, resemantizaciones e intertextualidades en las poéticas de la Capital: «esta forma de enredarse en este mundo/ me enrarece/ yo voy callado/ apagando en el corazón/ el odio// y/ en tus ojos/ el miedo es palabra de litigio/ donde/ antes de morir/ miramos cosas inútiles/ en este mundo// ahora yo escribo/ poemas/ con la edad madura/ que me permite/ este espacio triangular…» (Recuerdo de los siete) La poesía de los noventa empieza a convertir en enorme al sujeto lírico y se proyecta a la búsqueda de lo cotidiano, urbano, lúdico, experimental, pos/neovanguardista, etc.: «Amamos el silencio como se ama la muerte/ y nadie piensa en el vestigio,/ el amor tallado en el corazón de la lluvia,/ la mirada humilde besándonos…»(Ofrendas al silencio) Nacía entonces una poética un tanto disidente, llena de exploraciones individuales y colectivas como el caso del grupo de Leoncio Luque y las filiaciones de su poesía.

La poesía de Gonzalo Málaga, (Puno, 1968) experimenta el asombro y el espanto del mundo, de la vida que nos ha sido dada, pero también su belleza comparada con un poema. Demás está decir que el mundo es misterioso, en sus recodos la vida parece doblegarse al dolor, a la ausencia, a la nostalgia y con ese conjunto de pesares, algún día ha de congraciarse con el hombre: «Todos tenemos algo que es negro/ un centro que sigue contornos/ que hoy desconozco// Porque todos tenemos al tiempo/ lamiendo/ desesperadamente/ y el paso de algo que es como el aire/ que deja que otros/ nos traigan el mar// Todos tenemos,/ por más que algunos lo nieguen,/ un impulso preciso que nos llega a matar,/ y esas formas oscuras/ como un tambor de batir presuroso/ que nos deja flotar en la noche// Todos tenemos algo que es negro.» (Algo que es negro) Sin embargo, algunos ejes temáticos, algunas preocupaciones esenciales, acompasan esta poesía. La principal es la angustia existencial, más conectada con la idea de reflexión y contemplación de la vida, tal vez mostrando que el poeta hubiese aceptado, con el transcurso de los años, lo frágil de su condición, y la efímera condición del humano. En los poemas de Málaga, la conciencia del paso del tiempo y la espantosa certeza de que nos acercamos sin pausa a la muerte, son las constantes que nublan y alumbran sus textos: son conciencias que no arrastran al poeta a la desesperación, sino que más bien lo conducen a una lúcida constatación de lo fatal: «El tiempo ha de tomar la mujer que uno espera/ es un instante preciso para el que no hay ataduras// La palabra por la que sabrás que te ha hallado/ te será dada al oírla// Y qué importa si viene de noche/ entre personas que no notarán su presencia/ porque ella consigue/ que nadie desee el espacio de nadie…»(31 [nuevamente])

Con Rubén Soto (Juliaca, 1974) asistimos a la inauguración de un despliegue de categorías escriturarias casi pictóricas, las que paulatinamente van introduciéndose a otros niveles semánticos y, de este modo consigue una nueva percepción visual en el concepto de signo en la poesía. Haciendo referencia a estos caracteres poéticos, Octavio Paz diría: Toda lectura de un poema, cualesquiera que sean los signos en que esté escrito, consiste en hablar y oír con los ojos. Esta es una línea un tanto desconcertante porque los segmentos—poemas, en un principio se vinculan como hojas de coca, para luego esparcirse como partes de un todo que pretende simular una brevedad lírica contundente, a veces agresiva y violenta que se origina desde una inferencia reflexiva frente a la palabra: «no encuentro tu lluvia/ sólo/ el perfil disecado de los siglos» Partiendo desde los títulos escritos en quechua y la disposición caligráfica de los versos que nos remiten a épocas precedentes (En su poesía aparecen con claridad recursos propios del creacionismo huidobriano: ausencia de puntuación, imagen como eje del poema, una sintaxis abierta, subversión semántica de alto grado, etc.), su poética organiza una propuesta estética detrás de un vaivén vehemente—sicalíptico—intimista que se construye en las meditaciones estéticas de su lenguaje, esta voz resulta ser un flujo violento y oscilante, al mismo tiempo que abstinente, sacude el desplazamiento lector con la regeneración o intermitencia textual en un temblor de precisiones. Sin duda son aspectos propios de una poesía hecha para despertar la mirada, oír con los ojos, según Paz. Creo que para Soto escribir poesía no es una mera diversión. Pienso que en su vida este ejercicio representa un camino de liberación: «entonces hará malviento/ rosa menguante/ & las aves del espejo tendrán mucho miedo/ rozará tu voz de adobe con las/ vísceras del frío/ las piedras/ golpearán el musgo de la sangre/ esparcida/ graznará este cactus/ como cuervo sajado/ & tus ojos sedentarios/ rosa insomne/ se llevarán la lluvia definitivamente» (kinsa chunca pusaqniyuq) Sus textos expresan un cansancio. Su voz no persigue solo una renovación de la poesía escrita, sino, en el plano personal, busca trascender los límites de la literatura hacia su necesidad vital de constituir una cosmovisión distinta de la existencia, de la expresión poética. Tal vez sea algo que todos buscan y que se perseguirá toda la vida. Con la publicación de su libro istalla (2006) se vislumbra a un poeta que trasciende en la evolución, un progress in word que es posible evidenciar en cada micropoema.

Finalmente, Filonilo Catalina (Coaza, 1974) se concentra en el lenguaje y sus múltiples rostros. La suya es una palabra invadida de imperativos quiebres coloquiales, es desde allí que emerge una reflexión intuitiva pues logra un gran protagonismo el yo poético: «Ahora pienso/ en lo contradictorio que fuimos/ caminando/ de calle en calle y en marzo/ haciendo caso omiso/ a los consejos de nuestros padres/ a los decires de las gentes: «Qué tal desvergonzados/ darse tanto amor cuando el pan sube a diario/ ¡y fíjese usted, en plena calle!» Es justamente ese matiz que ha dotado a su poesía de una capacidad meritoria de distinción y de profundidad en sus sensaciones, aspectos que ya caracterizan su verso. Además, por supuesto, la sutileza de su lirismo tierno, disonante, construido en base a las variantes léxicas del lenguaje cotidiano. Podemos decir que su poesía está dotada de un élam poético con un sentido narrativo—descriptivo y, a veces, confesional; cualidades que la poesía coloquial requiere en aras de una comunicación más directa con el lector: «Cuántas veces has dicho/ Que eres un ángel descielado/ Y tus ojos abortaron/ Seres alados que despertaban aún ebrios en los parques/ Cuántas noches reposando al borde de tus ojos/ Siempre al filo/ Manteniendo/ El desequilibrio necesario para poder vivir/ Con un cigarro en los labios/ Con un vaso en la mano/ Soportando el peso de los astros/ Sentado o caminando/ Pero con el mismo peso cósmico sobre tus alas chamuscadas/ Con el pecho abierto/ Esperando/ El suicidio de los astros.» (de El trapecista) La poesía no es, pues, lo que es, sino lo que se adivina, lo que viene, lo que será, el universo que se pone en pie en la mente de quien lo hace posible para él y para los demás.

Es verdad que los poetas de la Generación de Fin de Siglo sintonizan con la poesía vanguardista, y tal como ha señalado claramente Bourdieu, «en cada época o período histórico, los autores se instalan como sobrevivientes de una estética tradicional, […] o como vanguardias que hacen época al instaurar una nueva posición en el campo poético.» Por ello, no se puede desconocer tampoco la invisibilidad de estéticas y grupos. Los poetas de la Generación de Fin de Siglo construyeron escrituras que expresan un atisbo todavía de fragmentación o disolución. Algunos consolidan un proceso literario que ratifica el desarrollo de su labor poética y crea un modo discursivo ejemplar, hegemónico y representativo de una ruptura en constante movimiento. La multiplicidad del discurso de estos poetas, aunque entendido con el lenguaje vanguardista, plantea un ejercicio de lectura también lírico, especialmente cuando leemos a Edwin Ticona, Simón Rodríguez, Walter Paz y Luis Pacho. La oscilación que se produce en los discursos entre cierta racionalidad y meditación creo que estaría en las voces de Eddy Sayritupa, Fidel Mendoza, Gabriel Apaza, Víctor Villegas y Rudy Frisancho; creo que en los demás hay más una fragmentación, un desfloramiento de la interioridad, el decir intrínseco del yo poético y la siempre manida preferencia de las dualidades órficas en las que descansará siempre la poesía: espíritu y sustancia, vida y muerte, cuerpo y alma, sin olvidarnos del refugio de la memoria.